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Marilia Navegando

jueves, 4 de octubre de 2007

Lo que tiene que soportar una señorita (I)


"¡Con que seis años!... ¡ya estás hecha toda una señorita!" me dijeron. Creo que pocas veces en mi vida he sentido tanto orgullo de cumplir un año más de vida. Y pues, lo cierto era que ya no era una mocosa de cinco años, había cumplido ¡seis!, estaba grande, iba a empezar la escuela primaria, chau ridículos uniformes de cuadritos de mantel, ¡bienvenidas la falda y chompa grises! De hecho había crecido algunos centímetros (verticalmente, por supuesto, no horizontalmente, como esta sucediendo en la actualidad). Mi hermana mayor ya me trataba con cierta temeridad en las peleas domésticas, mis brazos ya alcanzan los estantes más altos, mis pies ya rozaban el piso al sentarme en una silla, y mis nuevos zapatitos de charol negro lucían un leve taco que me hacían sentir mucho más alta. Con uno de los regalos de cumpleaños me escurrí a mi habitación: decepción total, era un vestido. ¿Ropa? ¿Para qué quiero ropa?, Me hubieran comprado la Pelona de moda, pensé... de pronto intervino mi madre: Ayyy mira qué bonito, te lo vas a poner más tarde ¿ya?... oye cámbiame esa cara, seguro querías un juguete ¿no?, cuando seas grande vas a gastar todo en ropa, es que todavía estas chiquita.

La convicción de que yo ya era una chica grande se acabo...

Desde que era una niña, la palabra "señorita" tuvo un encanto especial para mí. Cuando casualmente me decían, "Señorita, permiso", "Señorita, ha llegado tarde", "Señorita, ha hecho muy bien su tarea", "Señorita, esto", "Señorita, lo otro", "Señorita...", "Señorita..." simplemente yo esbozaba una breve sonrisa porque sentía que a mis escasos doce años los demás me encontraban casi adulta.

Sin embargo, si hiciera un paralelo con mis compañeras del colegio creo que mi desarrollo adolescente fue el último y más lento de todos. Mis amigas trataban de habituarse a sus nuevos formadores, caminaban sumisamente para que no se note su inminente desarrollo, se angustiaban por una "posible mancha" en sus uniformes y se ruborizaban cuando un tipo las piropeaba en la calle. En cambio yo: con una figura escuálida, auguraba que mi transformación pasaría casi desapercibida como la de mi hermana mayor que se caracterizó por la "planitud" heredada de nuestra familia paterna. Haciendo ese breve y seguro presagio disfrutaba, tranquila y confiada, del título de "señorita" sin sufrir los avatares del caso. No había de qué preocuparse, pero inevitablemente, a los catorce años, los cambios llegaron. Busqué entre los cajones de mi hermana, nada; fui a los de mi madre, en vano, olvidé que hacía un año le habían extraído el útero. No me quedó más que contarlo: Mamá, ¿me puedes dar plata?, ¿para qué?, humm... es que necesito una mimosa, suéltame, no me abraces... dame la plataaaa, sí, sí, pero... ¡espera!, dijo mi madre emocionada y haciéndome uno de sus clásicos guiños de complicidad, ¡esto merece un brindis! dijo, yo no veía ningún motivo de celebración, finalmente la naturaleza femenina me había atrapado y sería esclava de toallas, tampones y analgésicos mes, tras mes, tras mes durante los próximos treinta o cuarenta años de mi vida. Cuando me resignaba a observar el festejo maternal con la copa en mano, ella gritó: ¡Leooo! la Marilita se ha enfermado. Apenas pude ver la cara de asombro de mi padre, porque de un sólo sorbo tomé el contenido completo de la copa y corrí abochornadísima a la bodega más cercana. Así, en un breve estado etílico, estuve en cuatro tiendas, todas hacinadas de: HOMBRES… si no era el vecino, era el amigo del barrio, el periodiquero, o simplemente un eventual desconocido. Lo que importaba era que se trataban de elementos masculinos que iban a enterarse de la visita del Sr. Rojas. Resignada, traté de disimular mi compra pidiendo, además, un tarro de leche, un kilo de arroz, una botellita de aceite, un paquete de sal, un cuarto de fideos, una bolsa de servilletas y, porsupuesto... unos chocolates. Felizmente me habían dado un billete grande.

No sé si fue producto de la menstruación pero al poco tiempo, mi madre me dijo: Hija, ya estás desarrollada, ya cómprate un formador por favor... no me quedó mas que murmurar fastidiada, ok, ok. Tenía razón, ya no era lo mismo entrenar en el equipo de básquet, ahora había una parte, mejor dicho habían unas partes de mí que... no paraban de saltar, era innegable, si mi hermana era plana como mis tías paternas, yo resulté ser todo un ejemplar de las féminas de la familia de mi madre, caracterizadas por sus abundantes pechos. En mi ingenuo pronóstico había olvidado por completo que cabía la obvia posibilidad de que yo heredara algo de mi mamá. Resignada, esa tarde decidí conocer aquellas tiendas de lencería que siempre me habían sido indiferentes en el centro comercial... "Leo, tengo que salir a hacer unos pagos, acompaña a Marilia a que se compre un formador, no vaya ser que le vendan cualquier cosa si? ¡Byeee!". Tuve que realizar la embarazoza adquisición de la nueva prenda interior en compañía de mi señor padre, quien andaba más despistado que yo.

Así fue como finalmente, compadecí y entendí a mis queridas amigas, aunque tarde porque ahora ellas representaban la experiencia y yo, la impericia. Fue mi turno: empecé a tratar de acomodar discretamente mis nuevos brasieres que me picaban, a andar de brazos cruzados, a angustiarme por los posibles "accidentes", a ponerme ansiosa por el olvido mi repuesto en casa y a ruborizarme por cualquier coqueteo masculino. Con el tiempo, como todas las muchachitas, me acostumbré y la mejor lección que saqué de toda esta experiencia fue: "Yo no aborchornaré a mi hija".

3 comentarios:

Autor dijo...

Siempre es bueno enterarse de algunos aspectos referentes al desarrollo de una chica en la etapa de transición de niña a mujer. Un hombre no lo puede entender del todo está claro, pero al menos es bueno saberlo y entender porque a veces algunas chicas toman ciertas actitudes....

MARDAM

markín dijo...

Bonita reminicencia de una etapa de tu vida... o de la vida de cuaquier niña. Ese despertar y miedo. Algo esperado con cierto temor, algo nombrado...

Acostumbrarse a llamar la atención entre hombres.

Bonito
Chau.

. dijo...

Mardam, Markin, muchas garcias por comentar, espero no haber pecado de indiscreta jejeje...