Estoy tratando de averiguar por qué cuando mis esporádicos tripulantes hacen click en "Seguir leyendo", el bendito vínculo no funciona, incluso a mí me pasa. Se suele arreglar cuando le dan actualizar a la página pero a veces el problema persiste. Sí todavía tienes curiosidad de leer la pachotadas que escribo también puedes darle click al título de la entrada para leerla completa.
Y como suelen decir: "Estamos trabajando para servirlo mejor. Muchas gracias por su comprensión".

Marilia Navegando

miércoles, 23 de enero de 2008

¿Acaso seré un hombre? (I)



Yo no me iba a llamar Marilia, mi nombre iba a ser Mario.

Sí, como lo acaban de leer.

Mi madre nunca quiso hacerse una ecografía y yo pateaba tanto su útero que mi orgulloso papá juraba que yo sería el Mesías que llevaría a la patética selección peruana de fútbol al mundial. Incluso mi abuela viajo desde el norte para conocer a Mario Leonardo, el hermanito con el que mi joven familia formaría la parejita junto a su primogénita de tres años…

pero como ya ustedes se habrán dado cuenta: el fútbol peruano no ha vuelto a pasar las eliminatorias mundialistas y mi nombre no es Mario. En consecuencia a mi familia sólo le quedó fotografiarme dejando como prueba de su errónea predicción un sinnúmero de imágenes mías vestida con roponcitos celestes.

Cuando llegó mi niñez, y mi cabello lacio empezó a acariciar mis hombros, inicié una serie de ocultos ensayos frente al espejo: yo caminaba por la calle distraída, aquel niño de la catequésis que tanto me gustaba me llamaba y yo volteaba en cámara lenta con aquel giro a lo Winnie Cooper… otra vez, otra y luego otra, “Llego la jardineraaaaa”, en cinco minutos mi madre hacía que yo quedara convertida en uno de los Beatles, y no me refiero a aquel look de cabello largo alborotado sino más bien al de cabeza de casco. “Y para que se te vea mucho más linda… un ganchito acá!!” decía mamá, “Para que no me vea como el niño perdido de Marco, dirás” pensaba yo derrotada mientras miraba mi nuevo reflejo.

“Buenos días joven, venimos a compartir con usted la palabra de Dios”… yo suspiraba y abría un poco más la puerta, “Ah perdón señorita…”. Supongo que mi figura escuálida me daba un aspecto algo andrógino pero eso desapareció ni bien las hormonas femeninas empezaron a fluir mucho más en mi adolescencia. Terminé convirtiéndome en un reloj de arena por lo que era imposible confundirme, sin embargo, veía con impotencia cómo las integrantes de mi aquelarre abandonaban la mancha por andar de paseo con su nuevo novio y yo, yo ya tenía 16 años y nadie se fijaba en mí!!!! Le gritaba a Ignacio, o es demasiado gordo, o demasiado flaco, o muy chato o muy alto, o con acné o con poses de pendejo!!!

Hasta que en el quinceañero de una desconocida, ajam, me colaba en los quinceañeros, “Oye, Ignacio quiere contigo uhuuhuhhh, ahí está ya te vió!!”. ¿Quien, mi mejor amigo? ¿El que me lleva siempre de regreso a casa? ¿El que pasa horas conversando en mi escalera? ¿El que se confabula conmigo para burlarnos de los demás? ¿El que escucha todas mis quejas sobre aquel chico que me quiso chapar en el último tono? Humm… no, no creo. La poderosa luz de un reflector cayo sobre mi perfil, Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa, como la hierba a que bajó el rocío, “¡muévanse que por acá va a salir la quinceañera!”, me hice a un lado aún confundida por el inicio del evento, pero el grueso rayo seguía cegándome, Es noche y baja a la hierba el rocío; mírame largo y habla con ternura, “¡Oye chiquita, por aquí!” dijo Ignacio protegiéndome. Yo ya había sido liberada del inmutable disparo de luz pero no podía evitar seguir desconcertada, “Esta bonito el vestido eh, te ves bien”, yo sonreí sin mirarlo con la mano aún sobre mi frente, ahora me ofuscaba otro fulgor mucho más intenso, “Na’ me queda feo, un poco grande, es que es de mi hermana”, Tengo vergüenza de mi boca triste, de mi voz rota y mis rodillas rudas, la gente empezó a irrumpir en la pista de baile como las hormigas que invaden los platos de mi cocina, “¿Vamos?” dijo amable y me tomó de la mano como otras tantas veces lo había hecho, pero con la diferencia de que esta vez noté la especial suavidad con la que me conducía entre tantas parejas alborotadas por la canción de moda, Yo callaré para que no conozcan, mi dicha los que pasan por el llano, sin escuchar la música empecé a moverme y bendije silenciosamente a mi maestra de Literatura por haberme alcanzado aquel poema de Gabriela Mistral llamado “Vergüenza”...

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lunes, 14 de enero de 2008

Lo confieso: Nunca fui astronauta

1
Una tarde, mientras todos atendían el listening y apuntaban en sus cuadernos los datos del exercise 3, Dialogue B, yo memorizaba con preocupación el Can I go to the toilets?, que sabiamente nos enseñó el profesor el primer día de clases, supongo que la experiencia le demostró que a sus novatos alumnos nos sería más útil que el Hello, How are you? Así pues, cumplí con repetirla con la misma disciplina que un loro, y salí disparada.

En el baño, ya aliviada de haber vaciado mi pobre vejiga, aproveche la soledad frente al espejo para sacarme esa espinilla chinche que me había salido en la nariz y luego, mientras caminaba por el pasadizo, me detuve ante los afiches del Británico que nunca podía leer con tranquilidad ya sea porque siempre entraba con las justas o porque salía apretujada por una multitud de estudiantes que me llevaba al paradero. Como eran cerca de las seis de la tarde, me quedé unos minutos viendo las pinceladas de nubes negras que manchaban el cielo naranja del verano... y así, luego de todo ese merecido hueveo, volví a clase. Entre con cuidadito para no interrumpir, me senté y vi que mi profesor era ahora una mujer con falda de florecitas, que la chibola que estaba sentada a mi lado era un calvito de lentes, que en la pizarra había un párrafo en el idioma anglosajón que no podía descifrar, y lo peor: que todos me miraban con curiosidad y burla... había regresado al aula equivocada, con una sonrisa cuadrada, trate de disculparme y explicarlo torpemente en inglés, ¿pero quién con Básico I puede hacerlo? sólo me quedó retirarme entre las risitas de los presentes.

2
Las noches más bonitas de verano, son las de luna llena, eso lo sabe todo el mundo. El cielo despejado te permite iniciar el clásico juego de contar estrellas descubriendo infinitamente una tras otra, el satélite femenino nos hipnotiza con un brillo que no hiere nuestra mirada y, los edificios, jardines y aceras se tiñen de un singular color acero que contrasta con el ámbar de los postes. Bajo ese escenario nocturno salí a buscar algo de comer, mientras caminaba sin apuro disfrutando secretamente de esta fugaz mística, observé conmovida cómo un pequeño caracol, yendo de un jardín a otro, cruzaba la vereda con la lentitud característica de su especie. Me detuve pensado que la aparición de este pequeño amigo era lo que le faltaba a este escenario hasta el momento inmóvil. Así que, en un acto de singular respeto, bordeé al diminuto transeúnte y continué mi rumbo. Como siempre, por la gran demanda tuve que esperar largo rato para poder disfrutar de los anticuchos de la clásica “tía choncholí” (aquella que hay en cada barrio que se jacte de ser criollo y que curiosamente también cuenta cierto número de vecinos intoxicados). Feliz de haber llenado mi estómago, retorné a casa esta vez andando a paso “Gallo Claudio”. Pero la alegría no me duró mucho cuando sentí bajo mis pies el crujir de algo parecido a un huevo (yo diría de tamaño codorniz). Mi frustración fue profunda –hasta hoy que escribo estas líneas-, cuando con tristeza descubrí que había acabado con la vida de mi efímero amigo, el caracol. El muy imbécil no había podido terminar de cruzar la vereda a tiempo antes de volverse a encontrar con mis zapatillas.

3
Tenemos que hablar, ¿acaso no es la peor frase que puede salir de los labios de tu enamorado? Sobre todo si tomas en cuenta que el fulano ya no te llama tan seguido, que te mira aburrido, que se “olvidó” del último cumplemés, y que parece haber dejado de lado tu condición real de princesa que él mismo te otorgó cariñosamente.
Hummm… ok, ¿me buscas después de clases?, simulando estar tranquila, ya pues te veo a las siete entonces, ok, chau, chau.
Más señales: me saluda con besito en la mejilla, da la vuelta sin esperarme, camina con las manos en los bolsillos (para evitar que andemos de manitas). Yo lo sigo como yendo al matadero, pero en un acto cariñoso, acelero el paso, lo tomo del brazo y levanto la mirada como el gatito de Shrek… no dice nada. Trato de acariciarle el cabello, pero él permanece inmóvil y hace un gesto como si un mosquito lo hubiera fastidiado. Sin nada más que hacer me siento en la banca que él parece haber elegido al estacionarse junto a ella.
No sé si te has dado cuenta que lo nuestro ya no es lo mismo… y de pronto comprendo, ¡¡vi la luz!! ¡¡por fin entiendo!!! que el que inventó aquella famosa metáfora de “romper el corazón” no pudo describir mejor ni de la manera más perfecta y dolorosa lo que estoy sintiendo en mi pecho. No, Mar, no llores, es lo mejor ¿sabes?... ¿llorando yo? Y me doy cuenta que efectivamente tengo minúsculas cosquillas en mi barbilla por las gotas que caen de mi cara a mis manos. Me abraza y siento un suspiro sobre mi frente, yo apenas me empino y le doy un beso urgente que para mi gran felicidad es correspondido. Mi enamorado se despidió enternecido y mientras yo lo veía hacerse diminuto en la vereda, pienso en el gran alivio que se siente el poder tomar el impulso para llegar al lugar seguro luego de haber colgado eternos minutos, cuando ya se han desatado todos los dedos. Pero eso ya pasó y después de haber estado tan cerca de perderlo, empiezo a hacer mil planes para ambos. Con los años que me quedan, los voy a dedicar a ti, hacerte tan feliz que te enamores más de mí, cantaba yo al unísono de Gloria Stefan. Los días pasaron, todos iguales, sin la presencia de mi novio, hoy no me ha llamado... Hoy tampoco. No me responde el celular. Ni los mails. ¡Alo! ¿Qué pasó? ¿Por qué no me has respondido? Mar, pero hemos terminado... dejémonos de ver un tiempo.

En conclusión
No había Friends, ni felinos en Animal Planet, ni una buena película en HBO, en consecuencia fui a dar con Discovery, había un gringo hablando sobre sus experiencias en su travesía por el espacio, interrumpen imágenes de los equipos, fotografías en sepia e interviene la voz de un locutor en inglés y luego de otro en español. Al final le preguntan a uno de los protagonistas del documental cómo fue su adaptación a la tierra, creí que había leído mal, ¿no habrán querido decir, su adaptación al espacio?, pero el gringo calvo responde que luego de haber estado meses sin gravedad y con disciplinadas rutinas, se siente en efecto de otro mundo… que se levanta de la cama y le pesa el cuerpo, que –como si estuviera aún en la nave- camina sujetándose de las paredes cual niño que aprende a caminar, que a veces se le ocurre dar un pequeño salto creyendo que así va a volar hacia el otro extremo de la habitación, y por último que cuando termina de beber, ha soltado su copa en el aire un par de veces creyendo que va a flotar… ante eso, expresa el calvo con pinta de bonachón, sólo me queda decirle a la gente es que yo fui astronauta, algunos ya lo saben, otro no me creen, y suelta una breve risa.

Yo Marilia, lo confieso: nunca fui astronauta, sin embargo creo que he estado en la luna.

Sucedió que no me fijé en el número de aula para saber a cual entraba, que no se me ocurrió ayudar al señor caracol a cruzar rápido la vereda y salvarlo del peligro, que ese beso no era de reconciliación sino de despedida... tal vez por eso, respondo para confusión de quienes se sorprenden de mis anecdóticas experiencias… “es que yo fui astronauta”.

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