Estoy tratando de averiguar por qué cuando mis esporádicos tripulantes hacen click en "Seguir leyendo", el bendito vínculo no funciona, incluso a mí me pasa. Se suele arreglar cuando le dan actualizar a la página pero a veces el problema persiste. Sí todavía tienes curiosidad de leer la pachotadas que escribo también puedes darle click al título de la entrada para leerla completa.
Y como suelen decir: "Estamos trabajando para servirlo mejor. Muchas gracias por su comprensión".

Marilia Navegando

viernes, 19 de octubre de 2007

Ritual de Belleza

Desde mi infancia mi cuidado personal se limitó al shampoo y al jabón. Llegadas más primaveras, incluí al desodorante, y de vez en cuando un perfume. La explicación: mi madre nunca fue de aquellas mujeres que se bañan en flores y que duermen como si les hubieran echado una torta en la cara. Como de imitación aprendemos los niños, en consecuencia, eran pocas cosas de las que precisaba para sentirme limpia y sobre todo, bonita. No importaba cuánto catálogo de cosméticos, cremas y reacondicionadores cayeran en mis manos, yo simplemente los ojeaba como si se trataran de la sección de Economía de El Comercio. No estaba interesada, no los necesitaba... o al menos eso creía.
Así fue hasta que tuve un encuentro del tercer tipo con estos productos en Ripley. Una amiga que trabajaba como consultora me encontró paseando entre aquella ropa cara de moda que nunca iba a poder comprar y me pidió (con esa mirada pícara que produce una cara en angulo de tres cuartos) que la ayudara porque le faltaban clientas y que tenía que demostrar a su jefa que había hecho al menos un par de limpiezas faciales ese día. ¿Limpieza facial? me dije. Mis mejillas ya estaban bien lavadas con el rico jabón Nivea, pero ni modo, si era gratis no tenía nada que perder.
La sensación de aquel inaugural algodoncito perfumado, las subsiguientes máscaras de crema, y el final pañito húmedo sobre mi rostro, me dejaron una sonrisa estúpida como la de Thalia sobre su columpio de quinceañera (hago la aclaración de que contaba con 14 años de edad, por lo que esta comparación sería pertinente).
Salí de la tienda en cámara lenta, exhalando un fresco aroma que el viento de verano llevaba y traía juguetonamente, mi cabello daba unas suaves cosquillas a mi cara como alentándome a volar, el sol iluminaba con ese especial tono amarillo a todos los transeúntes que curiosamente me parecieron felices a pesar del gran bochorno; y yo, yo era BELLA, "shencuenta, catoicasanmarcos! catoicasanmarcos", se acabó la ilusión. Pero para alegría de Ponds, Neutrógena, Oriflame, Clinique, Avon y Herbal... había nacido una nueva consumidora.
La belleza cuesta; no siempre dolor, si no plata. Por eso a mi corta edad no me podía dar aún el lujo de invertir en una Crema Qh4 Protectora Facil de Exfoliación Biohidratante para piel joven tipo III (sí, esos nombres existen). Sin embargo, ahí estaba la promesa. Hoy, no me considero una mujer obsesionada con estos productos, pero admito que cuento con varios.Por eso, y sólo para terminar, trataré de narrar suscintamente el ritual de cuidado personal que debo llevar a cabo diariamente:
Antes de acostarme: Me lavo la cara con jabón líquido especial.
Al levantarme: Me lavo los dientes (con pasta dentrífica blanqueadora), uso el hilo dental, me meto a la ducha, me echo el shampoo, enjuago (ouhhh! Yess!! Yeaahhh!), viene el reacondicionador, masajeo mi cabeza con las yemas de los dedos, luego me baño con jabón humectante, froto todo mi cuerpo en especial los muslos (tranquilos no se exciten, es para prevenir la celulitis), ahora, el jabón líquido para cara, me enjuago por completo. Me seco, pero en el caso del rostro solo presiono suavemente la toalla sobre mis mejillas (para no maltratar la piel facial), igual con el cabello, no lo retuerzo dentro de la toalla, dejo que absorba la humedad, salgo de la ducha aplico el desodorante inoloro. En mi habitación, me seco bien los pies (cabe aclarar que tengo una toalla para la cara, otra para el cuerpo y otra para los pies, obvio, no voy a poner mi carita de ángel con mis pezuñas), corto las uñas, uso la crema humectante para pies, luego, aplico crema humectante a mis codos y rodillas (ojo, crema para el cuerpo), me visto, aplico el protector solar a mi rostro (si es invierno factor 15, si es verano factor 30), peino mi cabello sólo una vez, despacio y suave, sin arrancarlo, siempre uso un peine de cerdas separadas, aplico la crema para rizos definidos, empezando por las puntas, si es necesario depilo mis cejas, finalmente: base de maquillaje en la zona T, rizado de pestañas con cucharita, delineador de ojos, protector y brillo para labios (no me gusta maquillarme mucho). Ah!! y crema para mis manos. Lista para salir! Esperen, falta el perfume. Ahora sí.
Eso que no he dicho que cada semana o quince días, debo hacerme la exfoliación del caso: es decir, además de lo arriba descrito, usar las máscaras de 20 minutos, y hacer frotación especial a la cara, cuerpo y pies; así como el tratamiento para el cabello.
No lo puedo negar, no lo puedo negar, no lo puedo negar... luego de esta ceremonia, que dura cerca de 40 minutos, me siento taaan bien, sobre todo cuando la hago con la parsimonía de una misa porque, sinceramente con el estilo de vida agitado que tenemos hoy las mujeres trabajadoras... ¿cómo recordar tantas instrucciones?, además, ¿alguien lo nota? por eso debo confesar que no soy fiel a todos estos detalles, me olvido de algunos y frecuentemente regreso a mi epoca infantil de agua y jabón.
En fin, de vez en cuando conviene consentirse, y si voy a estar dentro de este cuerpo los próximos 50 años (si Dios quiere), hay que hacer algo por él.
Ahora entienden por qué una mujer demora tanto en arreglarse.

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miércoles, 17 de octubre de 2007

La vida con el hi5

Lo confieso, fui adicta al hi5.
Creo que aún lo soy, pero estoy reemplazando esta obsesión con otra: bloggear.
Por eso, a modo de último homenaje, no me queda más que dedicar una entrada a este mundo social denominado hi5 y que, según el Somos de hace una semana, es el que ha absorbido a gran cantidad de limeños.
Igual que la mayoría, entré al sistema hi5, a causa de las múltiples invitaciones que recibía a diario en mi correo, me rehusé rotundamente porque nunca me ha gustado seguir al montón. Pero, pasado el tiempo, me dí cuenta que el hi5 había terminado devorando mis círculos sociales. Si quería ver la última adquisición romántica de mi mejor amiga: "He puesto su foto en mi hi5", si quería escuchar la canción favorita de mi chico prospecto: "Está en mi hi5"; si quería leer el diario de viaje de mi hermana: "Míralo en mi perfil de hi5"; si quería saber qué era de aquel amor platónico de la secundaria: "Búscalo en el hi5"... Y para acceder nada más necesitaba registrarme en la bendita página, no me quedó otra que dejarme succionar a la red virtual del hi5... donde, como dice la vieja canción, los amigos de mis amigas son mis amigos... .
Mi hi5 era el más aburrido que se haya podido ver, era de aquellos que tienen dos contactos y cuyo único dato es el nombre, porque ni foto tenía. Me seguía rebelando ante el sistema hi5. Pero bien dicen que todos queremos un poquito de atención y me cansé de ver que el mío contaba con apenas 5 visitas mientras que el de otras exhibicionistas con foto de bikini en su cuarto tenían 4 201. Por eso empecé por colgar algunas fotos (vestida, claro), llenar más datos (para que sepan de dónde soy, qué estudio, qué me gusta), aceptar más amigos en mi red (todos conocidos); y, terminé por construir un bonito perfil, que actualizo religiosamente, cual si se tratara de un DNI virtual.
Para qué lo voy a negar, me gusta el hi5. Al fin y al cabo la superficialidad de este tipo de páginas la dan los mismos usuarios, y es que hay perfiles que me han resultado profundos e interesantes, como otros que sólo me han mareado de tantas fotos, cursores y sinnúmero de videos adjuntados que estoy segura que nadie quiere ver. Por mi parte, prefiero disfrutar de los comentarios chistosos, de las palabras de aprecio en los profile comment, de las imágenes del último viaje, matrimonio o borrachera de fulanita, de las singulares confesiones de mis amigos en sus Interests, y de la música caleta que acompaña cada perfil. Además el hi5 me permite ciertas frivolidades como espiar la vida de mi reciente ex, de la ex de mi novio o incluso, de la novia de mi ex; y, por supuesto, saber si ellos me espían (porque para mi buena suerte los pobres incautos no saben que existe esta opción y mucho menos desactivarla). Y claro está, darme un paseito por mi red y chequear a los amigos churros de mis amigos feos.
Sin embargo, nada es perfecto en esta vida, y la dichosa ventana me ha jugado mal en varias oportunidades, como la vez que por mi cumpleaños recibí varios hi5 messages que nunca pude leer porque al parecer el sistema nunca los registró, igual con los más bellos, inspirados y sobre todo cursis profile comments que hice a mis mejores amigos. También me fastidia tener que rechazar invitaciones de desconocidos que "quieren ser mis amigos". Pero lo que si me revienta, como diría el ex alcalde limeño Belmont, es encontrar que me escriban con términos como: "amix, amia^^, leeenda! * muak!!" y encima que se ToMeN La mOlEsTiA dE TiPeAr AsÍ. ¿Realmente tienen tanto tiempo disponible?
Seguro que sí, al igual que yo.

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martes, 16 de octubre de 2007

Adiós a Alejandro

Al romper con alguien, dependiendo que tan profunda haya sido tu relación, hay cosas que devuelves al otro, no me refiero a los regalos (eso no se retorna!! regalo, es regalo), pero sí otro tipo de objetos... como los libros de la pré que le preste a mi primer novio, una colección de películas que me prestó mi segundo novio... y en cuanto al tercer enamorado que tuve, (sí, a mis 25 años sólo he tenido tres enamorados), en cuanto a él... se quedó con algo que nunca me devolvió y que por lo visto ya se adueñó de él.
Cuando una está enamorada, o cree estarlo, hace una serie de cosas curiosas y ridículas con el novio. Lo entiendo, me ha sucedido, el amor nos hace soñar. La gente enamorada se besa inoportunamente en la combi abarrotada, grita sus sentimientos desafinados en un karaoke, camina por la calle con un enorme ramo de rosas, cambia su voz por una versión angelical cuando el otro te llama al celular, pero sobre todo cambias tus planes: cuando uno ya esta algo adulto, lo hace en serio; pero cuando aún eres una joven mantenida por tus padres, sólo te queda fantasear ingenuamente...
Recomendación: No siempre hagas planes con tu reciente adquisición masculina, puede que tu lejano prospecto de marido se asuste por la seriedad apresurada del compromiso. Por eso de los tres novios que he tenido, sólo he fantaseado recíprocamente con el último que tuve. Uno con el que duré a duras penas año y medio (y digo "a duras penas" porque a los ocho meses parecía que sólo estabamos juntos por inercia). Sin embargo, al inicio de nuestro idilio todo era perfecto. Solíamos imaginar las cosas que tendríamos juntos y lo más bonito es que surgió de forma espontánea. Un día alguien dijo: Me gustaría tener una 4x4; En serio? No, es demasiado grande?, mejor sería un Civic; Bueno si, son bonitos y espaciosos sobre todo si uno tiene familia; Es curioso, yo nunca había pensado en comprarme un auto, siempre he pensado primero en un lugar para vivir; Si? a mi me gustaría vivir solo, en un departamento; Claro, a mí también, debe ser más cómodo, pero cuando tenga hijos, quisiera más bien una casa; Una casa... pero sólo tendría dos hijos; Yo también; y cómo los llamarías?; hummm... Alejandro o Alejandra... ; Es bonito... dijo mi novio, y continuó, sería entonces... Alejandro, mencionando su apellido seguido del mío, yo sonreí enternecida.
Faltaba mucho para que terminaramos nuestras carreras, consiguiéramos un buen trabajo, compráramos la casa de nuestros sueños y tuvieramos a Alejandro. Por eso, nos limitábamos a dibujar en nuestras mentes, los muebles, los niños, los horarios... Pero bien sabemos que no sólo de fantasías vive una relación, si no de otras cosas como por ejemplo la madurez (que nos faltaba por montones)... nuestro enamoramiento cayó en la triste realidad de la incompatibilidad, lo que trajo intolerancia, incomprensión y enojo. No recuerdo cuántas veces terminé con él, ni cuántas veces él terminó conmigo, pero obviamente sí recuerdo la última. Luego de escuchar sus motivos, le di por completo la razón y lo despedí rápido como si se tratara de un trámite que debía hacerse con apuro.
A la mañana siguiente, recibí su llamada de arrepentimiento, pero ya era tarde (era tarde desde hacía meses). No sé si fue correcto pero me vino a la cabeza una de esas cosas que sabes que debes decirlas porque si no se te olvidan por completo: "Oye, me podrías devolver aquella foto mía de niña que te dí? Es que no tengo los negativosy... Si, claro, me respondio él. Ahí empezamos ese triste y definitivo protocolo de devolución de cosas prestadas.
Había pasado poco menos de un mes, cuando inesperadamente vi a un "Alejandro" iniciar sesión en mi mensajero. Era mi ex novio. Lo saludé y le pregunté por qué el cambio de nombre. El me dijo que ahora se iba a hacer llamar así porque de veras le gustaba. No capté bien la idea hasta que me encontré con algunos amigos comunes que me comentaron la singular situación. Ahora, para su familia, chicos de la universidad, del barrio y del hi5, él era Alejandro.
Mi ex novio cumplió con devolverme la foto que mencioné, me grabó un CD con canciones que alguna vez le pasé y que se habían borrado de mi PC, también me devolvió una casaca y un par de binoculares que le di en un concierto.
Pero se quedó con Alejandro.

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viernes, 5 de octubre de 2007

Lo que tiene que soportar una señorita (II)

Dicen que a los hombres les gusta sentirse dueños y a las mujeres, deseadas. En el caso nuestro debo reafirmarlo: por supuesto que claro que sí. Y es que eso significa poder. Si no pensemos en aquella ocasión en la que te acicalas con esa crema especial de almendras, te pones ese vestido que te hace ver regia, y te maquillas como para recibir un Oscar. El efecto: la cara de huevón, lo repito: HUEVÓN, que pone tu pareja cuando te ve bajar las escaleras, sí, las escaleras, esas escaleras… las de tu casa, las mismas que siempre están presentes en todos los quinceañeros, fiestas de graduación, películas taquilleras y series románticas. Simplemente son el perfecto escenario de nuestra aparición triunfal que hace que el resto de la noche tengas a tu víctima bajo un efecto, digamos, hasta cierto punto idiotizante, el individuo se la pasa nervioso, a nuestro servicio, pero feliz y orgulloso de “ser dueño” de la chica que tiene al lado, sí claro, “dueño”, dejémoslo creer eso.

Pero… ¿dónde empieza todo esto? ¿desde cuándo nosotras aprendemos a manejar este arte? Mejor dicho, ¿desde cuándo nos damos cuenta de que tenemos este poder? ¿Quiénes nos lo hacen notar? ja, ¡ustedes pues muchachos!

La primera vez que sentí sobre mí, una de esas “miradas”, tenia puesto nada más y nada menos que mi buzo azul del colegio (ajá, ese de delgadas líneas blancas a los costados, que me quedaba descuajeringado y me arrastraba), me había hecho una cola con el cabello, obviamente no tenia maquillaje porque estaba camino a clases, llevaba mis zapatillas viejas y una mochila al hombro. Al otro lado de la calle, apareció un tipo. Parece que iba al trabajo porque tenía camisa y corbata. El sujeto no dejaba de observarme desde el otro extremo de la acera, su mirada me pesó porque, como pocas veces, la pude sentir; y yo, creyendo que me conocía de algún lugar, también lo miré. Su gesto era placentero pero sospechoso, tenía los parpados bajos pero con las pupilas fijas en mí. Al pasar a mi lado, se mordió ligeramente los labios, se inclinó y murmuró: "Qué rica estás, mi amor". Asustada me hice a un lado como esquivando una piedra, el tipo siguió caminando, sin embargo yo me detuve en medio de la vereda viendo como, feliz, se alejaba. Me examiné de pies a cabeza, "¿Estoy rica?", me crucé de brazos, confieso que sentí desazón... y vergüenza. Llegando a mi aula, conté abochornada a mis compañeras lo sucedido. Todas me escucharon con indiferencia y se limitaron a decir: "Sí, pues”. Escandalizada pensé: ¡¡Cómo!! Quiere decir que además de ajustarnos con formadores y soportar cólicos, ¿¿teníamos que lidiar con este tipo de acosos?? Y yo que pensaba que solo aquellas chicas demasiado lindas sufrían esos avatares como pago a la belleza natural con la que habían sido premiadas... Yo no era fea pero tampoco la más bonita, y sin embargo también me tocó ser comparada con una cerveza.

Este fue el comienzo de un hecho casi cotidiano, no importaba si estaba en el revoltoso centro de Lima o en el barrio más tranquilo y exclusivo de la ciudad, tampoco si yo usaba prendas escotadas o no. Siempre habría algún individuo que no sabría controlar sus ojos, sus palabras o incluso sus manos (terrible pero cierto). No me ha quedado desde entonces la indiferencia y si es justo, la respectiva cachetada. Pero para aquellos otros que saben manejar sus sentidos, que incautamente caen bajo nuestros encantos, y nos tratan con la delicadeza del caso, tienen bien merecido un beso y algo más…

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jueves, 4 de octubre de 2007

Lo que tiene que soportar una señorita (I)


"¡Con que seis años!... ¡ya estás hecha toda una señorita!" me dijeron. Creo que pocas veces en mi vida he sentido tanto orgullo de cumplir un año más de vida. Y pues, lo cierto era que ya no era una mocosa de cinco años, había cumplido ¡seis!, estaba grande, iba a empezar la escuela primaria, chau ridículos uniformes de cuadritos de mantel, ¡bienvenidas la falda y chompa grises! De hecho había crecido algunos centímetros (verticalmente, por supuesto, no horizontalmente, como esta sucediendo en la actualidad). Mi hermana mayor ya me trataba con cierta temeridad en las peleas domésticas, mis brazos ya alcanzan los estantes más altos, mis pies ya rozaban el piso al sentarme en una silla, y mis nuevos zapatitos de charol negro lucían un leve taco que me hacían sentir mucho más alta. Con uno de los regalos de cumpleaños me escurrí a mi habitación: decepción total, era un vestido. ¿Ropa? ¿Para qué quiero ropa?, Me hubieran comprado la Pelona de moda, pensé... de pronto intervino mi madre: Ayyy mira qué bonito, te lo vas a poner más tarde ¿ya?... oye cámbiame esa cara, seguro querías un juguete ¿no?, cuando seas grande vas a gastar todo en ropa, es que todavía estas chiquita.

La convicción de que yo ya era una chica grande se acabo...

Desde que era una niña, la palabra "señorita" tuvo un encanto especial para mí. Cuando casualmente me decían, "Señorita, permiso", "Señorita, ha llegado tarde", "Señorita, ha hecho muy bien su tarea", "Señorita, esto", "Señorita, lo otro", "Señorita...", "Señorita..." simplemente yo esbozaba una breve sonrisa porque sentía que a mis escasos doce años los demás me encontraban casi adulta.

Sin embargo, si hiciera un paralelo con mis compañeras del colegio creo que mi desarrollo adolescente fue el último y más lento de todos. Mis amigas trataban de habituarse a sus nuevos formadores, caminaban sumisamente para que no se note su inminente desarrollo, se angustiaban por una "posible mancha" en sus uniformes y se ruborizaban cuando un tipo las piropeaba en la calle. En cambio yo: con una figura escuálida, auguraba que mi transformación pasaría casi desapercibida como la de mi hermana mayor que se caracterizó por la "planitud" heredada de nuestra familia paterna. Haciendo ese breve y seguro presagio disfrutaba, tranquila y confiada, del título de "señorita" sin sufrir los avatares del caso. No había de qué preocuparse, pero inevitablemente, a los catorce años, los cambios llegaron. Busqué entre los cajones de mi hermana, nada; fui a los de mi madre, en vano, olvidé que hacía un año le habían extraído el útero. No me quedó más que contarlo: Mamá, ¿me puedes dar plata?, ¿para qué?, humm... es que necesito una mimosa, suéltame, no me abraces... dame la plataaaa, sí, sí, pero... ¡espera!, dijo mi madre emocionada y haciéndome uno de sus clásicos guiños de complicidad, ¡esto merece un brindis! dijo, yo no veía ningún motivo de celebración, finalmente la naturaleza femenina me había atrapado y sería esclava de toallas, tampones y analgésicos mes, tras mes, tras mes durante los próximos treinta o cuarenta años de mi vida. Cuando me resignaba a observar el festejo maternal con la copa en mano, ella gritó: ¡Leooo! la Marilita se ha enfermado. Apenas pude ver la cara de asombro de mi padre, porque de un sólo sorbo tomé el contenido completo de la copa y corrí abochornadísima a la bodega más cercana. Así, en un breve estado etílico, estuve en cuatro tiendas, todas hacinadas de: HOMBRES… si no era el vecino, era el amigo del barrio, el periodiquero, o simplemente un eventual desconocido. Lo que importaba era que se trataban de elementos masculinos que iban a enterarse de la visita del Sr. Rojas. Resignada, traté de disimular mi compra pidiendo, además, un tarro de leche, un kilo de arroz, una botellita de aceite, un paquete de sal, un cuarto de fideos, una bolsa de servilletas y, porsupuesto... unos chocolates. Felizmente me habían dado un billete grande.

No sé si fue producto de la menstruación pero al poco tiempo, mi madre me dijo: Hija, ya estás desarrollada, ya cómprate un formador por favor... no me quedó mas que murmurar fastidiada, ok, ok. Tenía razón, ya no era lo mismo entrenar en el equipo de básquet, ahora había una parte, mejor dicho habían unas partes de mí que... no paraban de saltar, era innegable, si mi hermana era plana como mis tías paternas, yo resulté ser todo un ejemplar de las féminas de la familia de mi madre, caracterizadas por sus abundantes pechos. En mi ingenuo pronóstico había olvidado por completo que cabía la obvia posibilidad de que yo heredara algo de mi mamá. Resignada, esa tarde decidí conocer aquellas tiendas de lencería que siempre me habían sido indiferentes en el centro comercial... "Leo, tengo que salir a hacer unos pagos, acompaña a Marilia a que se compre un formador, no vaya ser que le vendan cualquier cosa si? ¡Byeee!". Tuve que realizar la embarazoza adquisición de la nueva prenda interior en compañía de mi señor padre, quien andaba más despistado que yo.

Así fue como finalmente, compadecí y entendí a mis queridas amigas, aunque tarde porque ahora ellas representaban la experiencia y yo, la impericia. Fue mi turno: empecé a tratar de acomodar discretamente mis nuevos brasieres que me picaban, a andar de brazos cruzados, a angustiarme por los posibles "accidentes", a ponerme ansiosa por el olvido mi repuesto en casa y a ruborizarme por cualquier coqueteo masculino. Con el tiempo, como todas las muchachitas, me acostumbré y la mejor lección que saqué de toda esta experiencia fue: "Yo no aborchornaré a mi hija".

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martes, 2 de octubre de 2007

Ciertamente... también mi padre


Hace una semana fui al concierto de Juan Luis Guerra, el cual es un tío talentosísimo, claro que decir “concierto de Juan Luis Guerra”, es figurado porque en realidad fue un espectáculo compartido con varios artistas, pero igual la pasé muy bien justamente porque cada uno se dedicó a cantar los dos únicos hits que tenían y no tuve que hacer la finta de mover mis labios en silencio tratando se seguir la letra de temas que no conocía. ¿Que cómo llegué al evento? Gracias a la generosidad de mi papá que como buen fanático del cantante dominicano, fue el primero en comprar sus entradas, invitándo a mi hermana, a mi prima y a quien les escribe.

A pesar de que las entradas no eran numeradas, pudimos conseguir unos asientos cómodos y con buena visión. El detalle fue cuando estábamos subiendo las gradas para alcanzar los sitios. Ví con un poco de sorpresa cómo mi padre caminaba entre las sillas despacito y con un cuidado algo exagerado para mi gusto, como si estuviera tratando de no hacer ruido. Creo que unos diez años antes, yo habría seguido a paso apresurado y juguetón para procurar que no nos ganaran el espacio, Campanita revoloteando alrededor de Peter Pan, feliz chiquilla, porque papá me alcanzaría enseguida, pero esta vez mis instintos me llevaron a hacer algo diferente. Me detuve a esperarlo y lo ayudé.

Y ya que me encuentro en situación relativamente “hueving”, días después fui la hija llamada a acompañar a mi progenitor a hacerse unos exámenes previos a una eventual operación a la vesícula (es una intervención sencilla, me dijo mi amor platónico, un amigo médico, se recuperan en pocos días), cuando me enteré del diagnóstico que le indicó una piedra en el dichoso órgano no pude evitar asumir una actitud de alarma y de clásica requintada de madre, fue algo así como... entonces, ¿cuándo te operas?, ¡eso te pasa por andar comiendo en la calle!, ¿y cuándo te hacen la endoscopia? ¿que piensas ir solo a la clínica?, ¡ah no, no! yo voy contigo, papá, ¿a qué hora te busco? ¡que voy a ir contigo te he dicho!, y ¿qué te han recetado hasta el día de la operación? ¿ya estas tomando las pastillas, no? ¿por qué te estás riendo? a mí no me causa gracia papá, te van a abrir... Fueron dos horas aburridísimas que pasé esperando en la clínica si nada más que hacer que mirar un televisor que sólo podía sintonizar un partido de fútbol local. Mientras mi mente divagaba hilvanando canciones de moda, vi a un hombre algo calvo y encorvado salir cuidadosamente de una de las oficinas con un sobre en las manos y con una plácida sonrisa en los labios, se acercó y me dijo: los resultados dicen que no hay nada de qué preocuparse, que me pueden operar sin problemas. Pero yo sí me preocupé: por unos segundos no había podido reconocer a mi padre.

Mientras caminábamos hacia el estacionamiento, tomé a mi padre del brazo, como queriendo bailar con él ese tema de Café Tacuba, “Ingrata”, y de sólo pensarlo sonreí imaginando la situación. Subimos al auto, me senté a su lado y vinieron a mi cabeza detalles cotidianos de nuestra vida, que ahora al recordarlos se volvían dulces. Giré hacia el sitio trasero y de pronto ahí estaba aquella vieja escena de él acomodándome detrás para tenerme más segura en un eventual accidente; durante el trayecto observé un calendario que tenía en la guantera y caí en cuenta de que era viernes, de niña cómo esperaba con ansias el fin de semana porque mi papá me daría la propina prometida. Me dio un poco de sueño así es que mientras miraba y su perfil aguileño (que para mi mala suerte yo heredé, claro que menos pronunciado) dejé caer mi cabeza hacia atrás y cerré mis ojos. Fue exactamente lo mismo que me sucedía varios años atrás cuando él volvía del trabajo estando yo ya dormida y me despertaba, sin querer, con delicadas caricias sobre mi cabello haciéndome encontrar su figura entre sueños.

No sé cuántas veces lo convencí de comprarme la Barbie de moda, tampoco las innumerables preguntas que me hacía sobre dónde, cómo, cuándo, por qué, con quién y a que hora sería el quinceañero al que iría, para decirme luego: ese vestido está muy escotado. Pero sí recuerdo cuando él regresaba de un mal día en la oficina y nos arruinaba las cena con sus comentarios disgustados, puedo hasta mencionar las veces que me felicitó orgulloso por haber sacado una buena nota, y las otras que me resondró porque me porté mal. Y también recuerdo la vez en la que yo estaba llorando por una infección al oído y él tuvo que salir a las tres de la madrugada a comprar el medicamento del caso, y del mismo modo la vez que me dijo que no teníamos dinero para matricularme en el inglés y luego lo descubrí con una nueva cámara digital; y es que ningún padre es perfecto, o debería decir que, justamente son perfectos porque tienen desaciertos que nos enseñan a perdonar.

Es curioso, cómo, pasados los años, las relaciones entre las personas van cambiando, los roles se van transformando... he dejado de a pocos esa sumisión y dependencia infantil, pareciera que tengo más autoridad y madurez para contradecirlo. Sin embargo, no puedo negar que me siento confundida cuando veo singular la actitud de engreimiento y complacencia que asume mi papá cuando lo regañamos. Se limita a sonreír tranquilamente y a bromear. Pareciera que es la recompensa de atención que estaba esperando de nosotras desde hacía años.

Como dijo Antoine de Saint-Exúpery, quizá me haya vuelto un adulto, de alguna manera he envejecido... y lo que me da cierta pena admitir es que -ciertamente- también mi padre.

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